jueves, 1 de noviembre de 2012

Camino de Pukhara.

Las primeras luces de la mañana, la luz tenue que inunda los rojos ladrillos de los edificios, la niebla que reposa en vilo entre la cima y el suelo, cubriendo de magia el amanecer.

Campanas que resuenan una y otra vez cada vez que los viandantes entonan la primera oración de la mañana, los coches que empiezan a martillear por las adoquinadas calles por donde hace tan solo unos minutos imperaba la paz y las luces de las escasas farolas que comienzan a apagarse de forma anárquica, cada una a su hora señalada... o no.

Escucho las puertas que al abrirse aumentan los sonidos de la calle y dejan que ese estruendo de olores y ruidos entren en los edificios llenándolo todo de vida.

El sol se acomoda entre la neblina, como si perezoso no alcanzará a cumplir con su trabajo y se diera por vencido esperando a subir hasta donde esas nubecillas no puedan alcanzarle ya, así, reinando un día más sin apenas esfuerzo, fiel a su corona.

Baktapur amanece y el disparador de mi camara no tiembla pese al clima frío de la mañana y pendiente de cada detalle, intenta congelar la vida que ahora recorre mi memoria.

Son las 6 de la mañana del día 18 de mi viaje y estoy sentado en las escaleras de una piedra que tendrá más de 300 años, a las puertas de mi hotel. Los empleados, empiezan a llegar con caras de sueño y todos reverencian un " Namaste " cada vez que pasan por mi lado.

El taxi que me llevara al aeropuerto doméstico llega puntual. Es un coche donde tengo dificultades para entrar. Aquí son pequeños para todo. En el aeropuerto, un señor con chapa de currante del estado me toma de la mano me pasa todos los controles y me cuela para sacarme la tarjeta de embarques. En total menos de cinco minutos, contando paso de control policial. Por supuesto lo hizo a cambio de una propina: 50 rupias. Medio euro.

El avión es un focker con menos de cuarenta pasajeros entre los que nos encontramos un nepali 38 japoneses de más de 75 años cada uno y yo. Se han pasado el vuelo riéndose y gritando uhhhhh!!! Cada vez que asomaba entre las nubes una montaña. La verdad es que el paisaje era espectacular.


Por casualidad ( modo aleatorio..) en mi iPod suena Coldplay y con el empezamos a volar más alto que el Annapurna.

El aeropuerto parece de juguete, de esos de los clips de " famobil". Los aviones pequeños, los autobuses pequeños y ellos, chiquitines.. Yo creo que hacen selección de personal para que nadie tenga más tamaño del permitido.

Es sobrecogedor como rodean los picos nevados esta pequeña ciudad, es impresionante cada vez que miras hacia el cielo y te encuentras con la cima nevada tocando el cielo y superando con creces a las nubes que juegan con la luz como sí se tratara de los efectos especiales de una película.

Subo hasta la Pagoda de la paz para ver un paisaje completo sin edificios ni cables y me sobrecoge la vista limpia de todos los picos alineados dominando un skyline único. Pero creo que esta vez la fotografía permanecerá en mi mente porque necesito un tutoríal sobre blancos y paisajes... ¡¡¡¡Que desastre de fotos!!!!

Bueno al menos una muestra como recuerdo en el blog, de los picos y de los valles que los rodean. Me falta decir que para subir a la Pagoda, han sido alrededor de 700 escalones bastante irregulares, pero después de Palitana, no se puede resistir nada, aunque aquí la altitud era ligeramente distinta ( más de dos mil metros.) .
Ahora las calles se llenan de gente, de música, de cenas( ya son las seis...) y ambiente festivo. Esto no parece Nepal pero se agradece un poco de cambio, noches de rock and roll, de motos aparcadas en las aceras y gente tomando cerveza en los chiringuitos de la calle.
A la final del paseo , el lago que rodéa la ciudad, la tranquilidad a tan sólo unos metros.
Ahora si que os dejo con la foto, con vuestros sueños y vuestras palabras. Yo me voy a descansar que mañana quiero ver salir el sol por detrás del Annapurna.
Buenas noches Pukhara. Buenas tardes Madrid.
 

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